Teor a de la Infelicidad

Bok av Luis Cruz-Villalobos
PRÓLOGO 1/3 Se precisa arrojo para usar la escritura cuando el lamento y las lágrimas acallan las palabras. Luis Cruz-Villalobos no resiste ni se opone a que la experiencia humana de vaciedad cruce el rumbo del imperio de sentido que él representa, al contrario, sin permanecer abrazado a una totalidad, se repliega para acogerla con honesta delica-deza, convirtiéndose en su habla. En el transcurrir de una tarde de verano en algún lugar de Santiago, dejándose atravesar por la gravedad de lo humano, el poeta, gracioso y llano se manifiesta y se oculta para luego volver a asomarse en una ironía blanda que interpela a oyentes ausentes. Como toda ironía, siempre resistente a ser definida, no respeta bordes ni tratados, no propone ni busca persuadir, sino sólo expresar intuiciones. En un atrevido acto de libertad y asido a una consigna de humor poético de tipo romántico  ?en el talante de F. Schlegel? el poeta toma distancia del púlpito y de la consulta, abandona en una misma tarde, el dogma y la exactitud teórica y cobijado en su pensar honesto la ironía como recurso estético, juguetón y atrevido hacia lo dicho, nos hace perder el control del sentido y no le podemos atrapar; no sabemos si estamos frente a un sabio Qohélet reflexionando sobre el sinsentido del mundo o ante un excéntrico sin perversidad? sólo en  el momento en que él mismo se instala en su tropo, absorto en sus propios desvaríos, en una dialéctica de sí mismo, sin acceso a algún horizonte privilegiado, nos hace sentir en casa, en ?el comedor? del cronotopo chileno. Su escritura nos toma de la mano y aún en el silencio y pausas anatemas percibimos su compañía afable. Estas reflexiones, no son sólo un registro desordenado y móvil del desasosiego de su autor frente al carácter menor pero genérico y aun constitutivo de nuestras circunstancias cotidianas y microhistorias; sino también son rumies que nos revelan de una manera simple y franca el corazón cálido del poeta.  En su palabra poética, Luis, nos conforta ante la herida dejada por la ruina de alguna metafísica arrogante que avergüenza, y no sólo nos abraza en la intemperie compartida, mas también nos devuelve generosamente el atrevimiento de sentir nuestro propio pulso e insinuar allí, le emergencia  de una nueva  ?y quizá no tan nueva? epifanía. Carlos Guzmán Sydney, otoño 2017